martes, 8 de septiembre de 2020
SITUACIÓN LEGAL DEL ÁREA DE RELIGIÓN Y MORAL CATÓLICA.
EJERCEMOS UN DERECHO RECONOCIDO INTERNACIONAL Y CONSTITUCIONALMENTE. ¡YA ESTÁ BIEN DE MANIPULAR UN DERECHO FUNDAMENTAL!
CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA.
ART 16
1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley.
2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.
3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.
ART 27
1. Todos tienen el derecho a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza.
2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales.
3. Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.
CARTA DE SAN FRANCISCO (1945)
ART 1.3
Realizar la cooperación internacional en la solución de problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o humanitario, y en el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión;
DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS DE 1948
Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias;
Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión;
LA ASAMBLEA GENERAL proclama la presente DECLARACIÓN UNIVERSAL DE DERECHOS HUMANOS como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción.
ART 2
Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía.
ART 18
Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.
ART 26
1. Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria. La instrucción técnica y profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos.
2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.
3. Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos.
CONVENIO DE ROMA
ART 9
1. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho implica la libertad de cambiar de religión o de convicciones, así como la libertad de manifestar su religión, o sus convicciones individual o colectivamente, en público o en privado, por medio del culto, la enseñanza, las prácticas y la observancia de los ritos.
2. La libertad de manifestar su religión o sus convicciones no puede ser objeto de más restricciones que las que, previstas por la ley, constituyen medidas necesarias, en una sociedad democrática, para la seguridad pública, la protección del orden, de la salud o de la moral públicas, o la protección de los derechos o las libertades de los demás.
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
ART 5
1. Ninguna disposición del presente Pacto podrá ser interpretada en el sentido de conceder derecho alguno a un Estado, grupo o individuo para emprender actividades o realizar actos encaminados a la destrucción de cualquiera de los derechos y libertades reconocidos en el Pacto o a su limitación en mayor medida que la prevista en él.
1. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de tener o de adoptar la religión o las creencias de su elección, así como la libertad de manifestar su religión o sus creencias, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, mediante el culto, la celebración de los ritos, las prácticas y la enseñanza.
2. Nadie será objeto de medidas coercitivas que puedan menoscabar su libertad de tener o de adoptar la religión o las creencias de su elección.
3. La libertad de manifestar la propia religión o las propias creencias estará sujeta únicamente a las limitaciones prescritas por la ley que sean necesarias para proteger la seguridad, el orden, la salud o la moral públicos, o los derechos y libertades fundamentales de los demás.
4. Los Estados Partes en el presente Pacto se comprometen a respetar la libertad de los padres y, en su caso, de los tutores legales, para garantizar que los hijos reciban la educación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.
lunes, 20 de abril de 2020
EL LIBRO DE ELI
- Título original
- The Book of Eli
- Año
- 2010
- Duración
- 118 min.
- País
- Estados Unidos
- Dirección
- Albert Hughes, Allen Hughes
- Guion
- Gary Whitta
- Música
- Atticus Ross
- Fotografía
- Don Burgess
- Reparto
- Denzel Washington, Gary Oldman, Mila Kunis, Ray Stevenson, Jennifer Beals, Tom Waits, Malcolm McDowell, Michael Gambon, Frances de la Tour, Lateef Crowder, Chris Browning, Lora Martinez, Luis Bordonada, Joe Pingue
- Productora
- Alcon Entertainment / Silver Pictures
- Género
- Ciencia ficción. Aventuras. Acción | Futuro postapocalíptico. Western futurista. Distopía. Religión
- Sinopsis
- En un futuro apocalíptico, 30 años después del "resplandor" que aniquiló la casi totalidad de la sociedad civilizada, unos pocos humanos sobreviven en un ambiente increíblemente hostil y árido. Violaciones, canibalismo y salvajismo imperan en unas derruidas ciudades donde el más fuerte y el que posee el agua impone su ley. Vagando por la carretera, un guerrero solitario (Denzel Washington) se dirige al oeste con una sola misión: proteger un misterioso libro que lleva en su mochila. (FILMAFFINITY)
miércoles, 15 de abril de 2020
El milagro de Henry Poole
- Título original
- Henry Poole Is Here
- Año
- 2008
- Duración
- 99 min.
- País
- Estados Unidos
- Dirección
- Mark Pellington
- Guion
- Albert Torres
- Música
- John Frizzell
- Fotografía
- Eric Schmidt
- Reparto
- Luke Wilson, Radha Mitchell, George Lopez, Cheryl Hines, Adriana Barraza, Beth Grant, Richard Benjamin, Morgan Lily, Rachel Seiferth, Noah Dahl, Gloria Garayua, Molly Hagan, Michelle Krusiec
- Productora
- Lakeshore Entertainment / Camelot Pictures
- Género
- Comedia. Drama
- Sinopsis
- Henry Pool es un tipo gris que, al descubrir que sólo le quedan unas semanas de vida, reacciona abandonando a su novia y a su familia y refugiándose en un barrio de las afueras, donde se pasa el día atiborrándose de bollos, chocolatinas, pizzas y bebiendo vodka. Pero, de repente, hace un curioso e inesperado descubrimiento que le devuelve las ganas de vivir. (FILMAFFINITY)
sábado, 21 de marzo de 2020
TEMA 4. SEGUNDO DE BACHILLERATO.
Existencia y Fe.
OBJETIVOS:
1. ¿Qué es en realidad, la fe? ¿Cómo nace? ¿Para qué sirve?
2. ¿Necesitamos creer? ¿Por qué unos tienen fe y otros no? ¿Qué aporta propiamente la fe?
3. ¿Cuáles son las motivaciones, fundamentos y contenido de la fe cristiana?
4. ¿Por qué ha habido y hay tanta gente que cree en el Dios de Jesús?. ¿Qué razones tienen para ello? ¿Qué razones dio el mismo Jesús?
¿QUÉ ES LA FE?
I. Del AT (raíz hebr. 'mn, como amén, lo
firme, válido, que inspira confianza y da seguridad) recibe «fe» sus
connotaciones de «confianza» (fiarse de) y esperanza; de ahí las
construcciones «creer en», "fiarse de», «creer que».
Fe,
en general, es una respuesta humana libre y positiva a una
interpelación divina; la clase de fe depende de la clase o calidad de la
interpelación. La fe cristiana es la respuesta a la interpelación de
Dios verificada en Jesús, prueba de su amor sin límites a la humanidad
Un 3,16). La respuesta de fe (cf. Rom 1,5) consiste en aceptar a Jesús
Un 1,12) como muestra del amor de Dios a los hombres, dando una adhesión
incondicional a su persona (Mc 3,14: "para que estuviesen con él») y
proponiéndose colaborar en su obra de salvación (Mc ibid.: «y para enviarlos a predicar»; Jn 3,16s). Lleva consigo un cambio de vida (Mc 1,15: «Enmendaos»).
II.
En los sinópticos, el término "fe» se encuentra siempre en boca de
Jesús (excepto en Mc 2,5 par., pero con referencia a Jesús). Lo mismo,
casi siempre, el verbo «creer». Fe en Dios (Me 11,22), en Jesús (Mt
18,6), creer a Juan Bautista (Mt 21,32), la buena noticia (Mc 1,15); en
relatos de curación indica confianza en la bondad de Jesús y la certeza
de su poder (Mt 9,28; Mc 5,36; 9,23s; Le 8,24); la eficacia de la
oración depende de la fe (Mt 8,13; 21,22; Me 11,23). La falta de
fe/adhesión se muestra en el temor (Mt 8,26; Me 4,40), en la duda (Mt
14,31), en la torpeza para entender (Mt 16,8), impide liberar a otros
(Mt 17,20), es falta de confianza en Dios (Mt 6,30; Lc 12,28).
La fe «salva» o «cura» (Mt 9,22; Mc 5,34; 10,52; Lc 7,50; 8,48; 17,19), realiza
lo que parece imposible (Mt 17,20; Mc 11,23s; Le 17,6, expresiones para
indicar la caída del sistema opresor). Jesús espera fe de sus
discípulos (Mt 6,30; Mc 4,40; Le 12,28; 22,32).
III.
En Jn, la «fe/adhesión a Jesús» (2,11; 3,15, etc.), cuando es plena
equivale a dar la adhesión a Jesús como Mesías e Hijo de Dios (20,31),
enviado de! Padre (11,42), consagrado por Dios (6,69), creer que e!
Padre está con él y 'él con e! Padre (14,10), que ha salido de junto al
Padre (16,17); «dar la adhesión al Hombre» (9,35), a la luz (12,36),
creer a Jesús (10,37). Sinónimos de «creer/dar la adhesión a Jesús»:
«acercarse» (5,40; 6,35), «aceptado» (1,12; 5,43), «amado" (14,15,23s).
IV.
En los escritos apostólicos, fe es la respuesta de adhesión al mensaje
(Rom 1,5; 15,18; 16,19; d. 1 Tes 1,6; Col 3,16; hay paralelismo entre akoé, lo que se escucha, e hypakoe, la
respuesta a lo que se escucha, Rom 10,17; Gál 3,2.5; 1 Pe 1,22), a la
verdad o a la buena noticia (Col 1,5; 1 Pe 1,22; cf. Sant 1,18). Por eso
supone un conocimiento, tiene un contenido intelectual (Rom 6,8s;
10,9-14; 1 Cor
15,11). Pero el mensaje no es pura información, sino invitación personal
de Dios al hombre, que pide una decisión; por eso la fe es compromiso
de vida (Rom 6,10s; 1 Pe 3,21); por la fe/adhesión a Jesús concede Dios
e! Espíritu (Gál 3,14; d. 3,2.5) Y el perdón de los pecados (Hch 10,43).
Fe
verdadera «<los que creen en él») que recibe el Espíritu sin
bautismo (Hch 10,43s), como e! día de Pentecostés (Hch 2,4; 11,15). Fe
defectuosa (vcreyeron a Felipe»), que no recibe e! Espíritu a pesar del
bautismo (Hch 8,12.14-16).
La
fe es también una actitud permanente hacia Dios (Mc 11, 22; 1 Tes 1,8; 1
Pe 1,21). Por la fe, el hombre se fía de Dios, cree en él (1 Tes 1,8),
se fía de su acción (Rom 10,9) y de su promesa (fe-esperanza, Rom
4,18-20).
La
fe, por tanto, comienza y constituye la nueva relación con Dios (cf. Jn
1,12s); como respuesta, depende del previo llamamiento (favor o gracia)
divino; como actitud, por ser relación, no es una «obra» que puede
existir como algo realizado, independiente de su término, y excluye todo
orgullo basado en la propia eficacia (Rom 3,27; d. 1 Cor 1,31; 4,7; Le
18,9-14). Por ser relación, no concentra al hombre en sí mismo, sino lo
abre y lo centra en Dios (cf. Rom 6,11) y en Jesús (cf. Rom 14,8; 2 Cor
5,15). La fe, como actitud de adhesión equivale al amor de
identificación con e! Padre y con Jesús. Examinar si uno se mantiene en
actitud de fe (2 Cor 13,5; cf. 1 Cor 10,12; 16,13).
V.
En Pablo, sólo la fe, no las obras, es condición para ser rehabilitado
por Dios (Rom 3,28.30; 4,6.13.24; 5,1, etc.; d. 1, 17). Las obras, sin
embargo, son la expresión normal y necesaria de la fe, y se resumen en
e! amor fraterno (13,8-10), «la fe que se traduce en amor» (Gál 5,6).
Para Santiago, la fe que no se demuestra con obras es un cadáver (2,26),
no salva (2,14; d. Mt 7,17.21.26); la fe va madurando con las obras
(2,22).
Por
el Espíritu que Dios comunica al que cree (Rom 8,15; Gál 4,6), la fe
libera de la Ley, que era un estadio infantil (Gál 3,23-25), da la
condición de hijo en vez de esclavo (ibid. 3,26; 4,7), Y hace herederos
de Dios con Cristo (Rom 8,17; GáI4,7).
VI.
En Jn se establece la oposición entre fe y mundo; fe es optar por Dios
contra e! mundo Un 17,8.14.16), es decir, renunciar a la escala de
valores del mundo y adoptar la de Dios, manifiesta en Jesús (1 Jn 2,16).
La
fe acepta que Dios se revele por medio de Jesús-hombre Un 1,14; cf.
6,42) Y descubre en él al enviado de Dios Un 6,29; 12,44) Y alHijo
(6,40; d. 20,31), tomando su vida como regla de conducta (13,34s; 17,14;
cf. 1 Jn 2,6). Quien cree que Jesús es e! Mesías, Hijo de Dios, y le da
su adhesión, ha nacido de Dios (1 Jn 5,1; cf. Mt 16,16), para él no hay
juicio (Jn 3,18), ha pasado de la muerte a la vida
(5,24), tiene vida definitiva (3,36; 5,24; 1 Jn 5,13), vence al mundo (1 Jn 5,5), obtiene la resurrección (6,40).
Unión
entre fe y amor fraterno: lo mismo «e! que cree» (Jn 5,24), como «e!
que ama a sus hermanos» (1 Jn 3,14) han pasado de la muerte a la vida.
Quien busca honor humano no puede creer en Jesús (Jn 5,44; 12,43).
VII.
La fe, la esperanza y e! amor fraterno constituyen la vida cristiana (1
Cor 13,13; 1 Tes 1,3). Da confianza y seguridad (Ef 3,12), pero ésta no
estriba en las obras, sino en la fidelidad y amor de Dios al hombre
(cf. Rom 5,8-10; 1 Cor 1,9). Una fórmula que resume la fe cristiana es
«Jesús (o Jesús Mesías) es Señor» (1 Cor 12,3; Flp 2,11; cf. 1 Pe 3,15),
equivalente a la fe en su resurrección (Rom 10,9), que incluye la
esperanza en la resurrección de los fieles (1 Cor 15,12s) y afirma la
divinidad de Jesús Mesías (Flp 2,6-11). La fórmula de Jn es «Jesús es
Mesías e Hijo de Dios» (Jn 20,31; 1 Jn 5,1-5; d. Mt 16,16), que pone más
de relieve la misión de Jesús y justifica su seguimiento. También,
«Señor mío y Dios mío», en boca de Tomás (20,28).
¿Adquisición humana o don gratuito?
Nadie
puede creer en una persona si esta no le inspira confianza, si no le
infunde fe. Por eso, la fe no es una adquisición del creyente, sino un don que recibe gratuitamente de la persona en quien se cree; esta debe dar signos de credibilidad y muestras fehacientes.
Los signos de credibilidad de Dios son la creación, la vida, el amor.... A través de estos signos es Dios mismo quien se da. Pero esta donación supone apertura y entrega confiada
en el creyente. No se trata de dar algo a cambio; la fe no es una
compra, un comercio o una conquista; es una entrega gratuita y un
encuentro amoroso.
La
gratuidad, lejos de restar valor a la fe, es lo que la hace
precisamente valiosa. Hay quienes confunden lo gratuito con lo
supérfluo. Lo gratuito es precisamente lo que más gratifica nuestra
existencia: un “te quiero”, una promesa, un beso, un regalo, la vida y
Dios mismo, que quiere amar y ser amado.
¿Conclusión racional o decisión amorosa?
Hay
quienes se plantean la fe como un problema filosófico que se puede
resolver a fuerza de pensar. Pero creer no se parece en nada a la
resolución racional de un problema. La fe tampoco es un sentimiento
irracional, sin ninguna justificación posible.
El
conocimiento racional puede llegar a la afirmación intelectual de la
existencia de Dios, aunque no pueda demostrarla científicamente. Pero
“no se trata de llegar a la afirmación intelectual de que exista un
Dios, sino de llegar a la aceptación interior, libre y cordial, como
norma y garantía absoluta de nuestra vida”.
El
sentimiento irracional es posible que exista en un momento determinado
de la experiencia religiosa del individuo. Pero este sentimiento, aun
siendo muy importante, no es aún la fe, al menos la fe cristiana. Si la
fe consistiera en un sentimiento religioso irracional, entonces la fe
sería un acto imprudente y antihumano. Cada cual creería lo que este
sentimiento le inspirara subjetivamente, sin una base razonable y sin
referencias objetivas, interpersonales, sociales e históricas.
La fe es una decisión razonable. Es decisión porque supone al hombre libre, en posesión de sí mismo, sin coacciones que le obliguen, ni evidencias que lo determinen; una opción voluntaria. Es
razonable porque existen razones para ir más allá de lo que
racionalmente se puede ver y comprender. ¿O es razonable rechazar a Dios
por el hecho de que no sea demostrable ni controlable por la razón
humana?
¿Seguridad o riesgo?
No
es extraño encontrarse con personas que buscan en la fe una seguridad
que en realidad la fe no les puede dar. Existe en el ser humano una
tendencia a agarrarse a algo que le dé seguridad. De esta manera, la fe
se convierte en un tranquilizante para esta vida y en un aval para la
otra.
Esta
actitud responde al miedo psicológico a la libertad, miedo a tomar una
decisión que compromete su existencia, miedo a perder las seguridades,
miedo a perder la fe que uno ha heredado pero que no ha hecho suya,
miedo a enfrentarse consigo mismo.
La
auténtica fe pone al ser humano frente a sí mismo, frente a su
libertad, pues la fe es un acto personal y libre, es el acto más
personal y más libre que puede hacer el ser humano. No es la adhesión a
unas verdades preestablecidas, donde no se arriesga nada personal. Es
una apuesta donde uno empeña su ser.
Ciertamente, existen razones para creer, pero estas razones no se apoyan en el instinto de seguridad sino en la audacia de
vivir libremente. La fe implica un riesgo: el que cree arriesga su vida
en una entrega libre y personal, dando un salto en el vacío y
confiándose en alguien que está cerca pero sin dejarse palpar. Solo en
esta entrega confiada, en este salto existencial, en la vida misma, el creyente puede encontrar a Dios y comprobar que ya antes Dios lo había encontrado a Él.
¿Oscuridad o luz?
Una de las características más patentes de la fe es su oscuridad: la fe es creer lo que no se ve. Esta
evidencia de la fe la sentimos como algo doloroso, ya que la
inteligencia humana busca en la experiencia sensible luz para asegurar
la verdad.
Sin
embargo, lo más seguro no es siempre lo más cierto ni lo más real.
Podemos estar seguros de que tal cosa es de tal color, pero en realidad
no es cierto que lo sea; puede ser el reflejo de la luz material. La luz
del entendimiento no es tan sensible como la que ilumina los sentidos,
pero puede ser más cierta y más real.
La fe no es seguridad, pero es certeza. La certeza de
la fe no se basa en los sentidos. “A Dios nadie le ha visto nunca” (1
Jn 4,12). Tampoco es una certeza racional o restringida al ámbito de la
estructura racional. Pero participa de la luz del entendimiento y, si no
es racional, sí es razonable, pues hay razones que mueven a creer.
Aunque la fe participa de la luz del entendimiento, el fundamento último de la fe es la luz de Dios, la
revelación. La fe no es un saber de la misma índole que el saber de la
ciencia ni, en este plano, nos enseña más cosas, sino que alumbra con
una nueva luz las ya sabidas. En la fe participa también el corazón, el
sentimiento, la voluntad, la intuición; su saber se aproxima más a la
sabiduría que brota de la conciencia recta.
¿Evasión o Compromiso?
Hay
quienes piensan que la fe no tiene que ver mucho con la vida de cada
día, con las experiencias cotidianas; incluso creen que la fe aparta al
creyente de la realidad inmediata y de sus responsabilidades.
Posiblemente esta concepción de la fe se basa en la existencia de
personas que se tienen por creyentes, sin que la fe incida mucho en sus
vidas.
Sin
embargo, la fe no es algo ajeno y extraño a la vida, no es un objeto
que se tiene, sino una cualidad del sujeto. No se trata de tener o no
tener fe, sino de ser o no ser creyente. Pero no se es creyente como se
es blanco o negro, por nacimiento. La fe es una pasión personal, una elección que compromete y obliga.
La fe no se mide por la cantidad de obras que uno dedica a las prácticas piadosas, sino que es un valor intrínseco que afecta al ser humano, un modo específico de ser, que se traduce en un estilo peculiar de vida.
¿NECESITAMOS CREER?
La fe como confianza radical en la existencia.
La
existencia humana se apoya en estructuras sociales, ideológicas,
políticas, científicas, filosóficas, religiosas. Pero ¿cuál es la
estructura primordial de la existencia humana? ¿cuál es su fundamento último? ¿Cuál es su sentido original y originante?
En
primer lugar, la existencia humana se nos presenta como un gran
interrogante, como un misterio, que la persona lleva inscrito en lo más
hondo de su ser. Si la existencia revelara una respuesta evidente, todos
nos atendríamos a ella. Pero no tenemos evidencia ni seguridad sobre el
sentido de la existencia. Por eso existe incertidumbre, duda,
oscuridad, contradicciones.
Por
eso existe también la fe. En medio de la inevidencia e inseguridad, de
la incertidumbre y de la duda, el ser humano busca una respuesta que
clarifique el misterio de la existencia, un fundamento que la sostenga,
un sentido que explique su dinamismo.
La fe supone una confianza radical en la existencia. Mediante
la fe, el ser humano reconoce su situación de inseguridad fundamental,
pero reconoce, también, que la existencia tiene que tener un fundamento
último, aunque este se halle fuera de la experiencia sensible y
racional.
Necesitamos esa confianza radical en la existencia y esta fe para poder vivir como personas, para convivir y para amar.
Fe para vivir.
Decimos que la fe supone una confianza radical en la existencia. Sin esta confianza, ¿qué sentido podría tener la vida? Sin nada de confianza, no podríamos vivir, al
menos de una forma humana. En lo más hondo de la existencia humana está
actuando esa fe primordial que se manifiesta como confianza. Si esta fe
se apagara, también se apagarían las ganas de vivir.
Creer
no es algo ajeno a nuestra vida, sino algo fundamental. Necesitamos
creer en la bondad de la vida, a pesar de tantos males; creer en una
vida más auténtica, más libre, más gozosa, a pesar de tantas falsedades,
dependencias y desdichas. Necesitamos creer en el valor de la vida.
Pero la fe no se agota en esas creencias; al contrario, se estimula cada
vez más, desbordando todo límite y abriéndose al infinito, a la
trascendencia, a Dios.
Fe para convivir.
Queramos
o no, en nuestra vida están presentes muchas personas sin las cuales no
podríamos realizarnos ni ser quienes somos. En nosotros viven de un
modo misterioso personas que nos han precedido en la historia y personas
que nos acompañan de cerca y de lejos. Por encima de nuestra voluntad,
la naturaleza nos envuelve en un movimiento de solidaridad que solo se
puede humanizar en un clima de aceptación y acogida, de comunicación y
confianza, de fe primordial.
Nacemos
encomendados a unas personas que han de cuidar de nosotros; nuestra
única defensa es la confianza con que la naturaleza nos entrega a estas
personas. Esta confianza no es el fruto de una deducción lógica; antes
de llegar al “uso de razón”. Ya estamos viviendo de ella; después, con
el uso de razón, seguimos confiándonos a los otros, no por imperativo
del raciocinio, sino por una exigencia más profunda de nuestro ser, que
es esencialmente comunicativo.
La
confianza en las personas se pone a prueba en las dificultades que
entraña la convivencia. Entonces se nos presenta un dilema: ¿Aceptar o
rechazar al otro? ¿Aceptarlo como un mal necesario o como un bien
necesario? Aceptarlo como un bien necesario supone creer en el ser
humano, lo cual significa creer al mismo tiempo en unos ideales y
aspiraciones que lo trascienden.
Fe para amar.
No
se puede amar sin creer en la persona a la que amamos, sin confiarnos a
ella, sin fiarnos de sus gestos y promesas. Todas las manifestaciones
del amor están penetradas por una actitud de fe. El amor no se apoya en
silogismos racionales sino en signos fehacientes. El último fundamento
del amor es la fe primordial; ella hace que el amor se auténtico e
inocente. Un amor sin fe no es amor.
Al mismo tiempo, el amor enciende la fe, la hace más auténtica y más pura. Una fe sin amor se convierte en fanatismo; los crímenes más horrendos contra el amor llevan la firma del fanatismo.
El
amor encierra en sí la capacidad de discernir una fe auténtica de una
fe idólatra. La fe auténtica prende al calor del amor, acrecentándolo
infinitamente. Si nos situamos en el interior de nuestras experiencias
de amor, nos daremos cuenta de que en ellas se encierran los momentos
más plenos de nuestra vida.
La fe da al amor ojos para ver más allá del
horizonte que cerca nuestra existencia y para leer en ella el mensaje
que lleva inscrito; en lo finito puede leer lo infinito; en lo efímero,
lo permanente; en lo temporal, lo eterno; en el mundo, a Dios.
Estructura de la fe a nivel humano.
Los
datos más gratificantes de la existencia no se ofrecen a la
demostración, sino a la fe, no se ofrecen al saber racional, sino al
saber fiduciario: el amor, la amistad, la esperanza.... y el fundamento
mismo de la existencia. Incluso muchos datos que podríamos comprobar
racionalmente los aceptamos sin necesidad de comprobarlos. El ser humano vive por la fe más que por la comprobación.
Una
de las palabras que más presentes están en nuestra vida es “creo”. Y no
es solo una palabra, sino que responde a una actitud; a lo largo del
día nos fiamos de más gente de la que podemos sospechar. Se trata en
estos casos de una fe humana o creencia, que es muy distinta de la fe
religiosa; pero en ambas podemos descubrir una misma estructura.
La
fe religiosa supone una situación de inevidencia, se basa en unos
signos o testimonios y consiste en una aceptación o adhesión. Estos
elementos se dan también en la fe humana o en las creencias, aunque en
distintos grados y de diversas formas.
Situación de inevidencia.
Si
nos limitáramos al mundo de nuestras experiencias inmediatas, sensibles
o racionales, nuestros conocimientos serían muy limitados, nuestras
relaciones interpersonales muy deficientes, nuestras esperanzas muy
pobres.
Muchas
de las cosas que conocemos, las admitimos sin haberlas comprobado. Pero
esta inevidencia sensible es distinta de la inevidencia religiosa.
Aunque no verifiquemos todos nuestros conocimientos, sin embargo los
percibimos como verificables y controlables; esto nos da una seguridad
que no da la fe religiosa.
Las
relaciones interpersonales suponen un mínimo de confianza; esta
confianza previa implica un riesgo, una situación de inevidencia.
También la fe religiosa implica un riesgo y una situación de
inevidencia, pero las relaciones interpersonales tienen un campo
empírico que no tiene la fe religiosa.
La fe humana conlleva en su dinámica una esperanza que
nos pone igualmente en situaciones de inevidencia (“creo que aprobaré”.
“creo en un mundo mejor”). Pero la inevidencia de la esperanza
religiosa es mucho mayor, pues se refiere a un más allá empíricamente
infranqueable.
Signos y testimonio.
Muchos de nuestros conocimientos se basan en la propia evidencia, pero la mayor parte de ellos se basan en el testimonio que otros han aceptado como digno de fe. Este testimonio se basa a su vez en unos signos o indicios que lo hacen creíble y razonable.
También
la fe religiosa se basa en signos razonables y testimonios
convincentes, pero de distinta índole. Los conocimientos o creencias
humanas basados en el testimonio, están abiertos a la propia
comprobación; una vez comprobados, no hace falta el testimonio. Los
signos y testimonios en los que se fundamenta la fe religiosa son
absolutamente necesarios; son signos y testimonios comprobables, pero
tienen otra dimensión que no se ofrece a la comprobación sino solamente a la fe.
Aceptación y adhesión.
La
fe humana o creencia consiste en aceptar como verdad algo que no
conocemos por propia experiencia o por demostración evidente, sino por
el testimonio de otro. También la fe religiosa implica una aceptación y
adhesión a unas verdades, a unos ideales, a unas creencias, pero
de distinta naturaleza. La fe religiosa implica aceptar y adherirse en
una confianza absoluta a verdades que nos trascienden absolutamente.
En las relaciones interpersonales, la fe humana incluye, además de la aceptación del testimonio, la aceptación de la persona. Esta
fe interpersonal se manifiesta como confianza que vincula a las
personas, desde la apertura a un desconocido hasta la entrega a la
persona amada. También la fe religiosa, en su perspectiva cristiana,
incluye la aceptación y adhesión al ser absoluto, trascendente y
personal. Pero este ser personal no se manifiesta como una persona más
junto a otras personas, sino como fundamento de la existencia personal,
como amor originario. Adherirse a él es fundamentar nuestra existencia
sobre el amor.
LA FE CRISTIANA.
Estructura de la fe cristiana.
La
experiencia humana de la fe nos ayuda a comprender la estructura de la
fe cristiana. Entre ellas existe un paralelismo: la fe cristiana supone
una situación de inevidencia radical que os afecta en lo más hondo de
nuestro ser; se basa en Jesús de Nazaret, signo
visible del Dios invisible, testigo de Dios ante los hombres y de los
hombres ante Dios; consiste en la aceptación de su persona y en la
adhesión a su espíritu.
Situación de oscuridad suplicante.
Como
ser humano, el creyente cristiano vive en la misma situación de
inevidencia y oscuridad que las demás personas. Para él, Dios permanece
también oculto e invisible. Para el cristiano, esta oscuridad no
significa una condena permanente, sino que encierra la súplica de la
luz; gracias a la fe, creemos en la luz y caminamos hacia ella, aunque a
oscuras: “Caminamos en fe, no en visión” (2 Cor 5,7).
Esta
situación de oscuridad afecta a nuestras relaciones interpersonales; no
acertamos a relacionarnos de una manera gozosa; nos hacemos fácilmente
daño, a veces incluso sin quererlo. Pero tampoco estamos condenados al
daño; en él se encierra también la súplica del perdón: “Perdónanos por
nuestras ofensas” (Mt 6,12).
Jesucristo, signo y testigo de Dios.
La fe cristiana no se basa en raciocinios ni en demostraciones evidentes, sino en Jesucristo. Para el cristiano, Jesucristo es la razón d creer. La
primitiva comunidad cristiana proclama a Jesucristo como signo de Dios:
“Él es imagen de Dios invisible” (Col 1,15). El mismo Jesús se presenta
como testigo del Padre; sus obras dan testimonio de Él (Jn 10,38);
todos pueden verlas, pero no todos las reconocen. En Jesucristo hay una
dimensión constatable, pero también hay otra dimensión que solo se
ofrece a la fe.
Después de la muerte del Maestro, sus discípulos dan
testimonio de Jesús; ellos son testigos presenciales de su vida y
portadores de su espíritu. En torno al testimonio vivo de los apóstoles
surge la comunidad de
creyentes, que da cuerpo al espíritu de Jesús. Por medio de esta
comunidad o Iglesia, llega a todos los rincones del mundo el testimonio
de Jesús, a través del cual Dios se manifiesta de una manera
testimonial.
Adhesión a la persona de Jesús.
La fe cristiana es ante todo una adhesión personal a Jesús: creer
en Él, confiarse en Él, entrar en relación personal con su persona.
Esta identificación con Jesús conlleva una adhesión viva a su mensaje:
creerlo, fiarse de Él, creer como Él.
Esta
adhesión a la persona de Jesús es posible porque su presencia se
prolonga en la comunidad de creyentes. Jesús no escribió una doctrina
para prolongar su pensamiento, sino que creó una comunidad para
prolongar su persona, es decir, el amor de Dios encarnado en el mundo:
“Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt
28,20).
Dentro de las primeras comunidades cristianas surgieron los diversos escritos que hoy configuran el Nuevo Testamento. Pero
estos escritos no representan una doctrina ideológica, producto de los
hombres, sino que son la expresión testimonial de la palabra viva, hecha
carne. La fe no es adhesión a unos escritos sino a la palabra que da
vida a quienes creen en ella.
Dinamismo de la fe cristiana.
La
fe se puede comparar con una semilla que Dios ha derramado sobre el
corazón humano; para que esta semilla germine hay que abrir el corazón,
prepararlo, limpiarlo de malezas; de este modo la semilla puede crecer y
dar fruto. Dicho de otro modo, la fe es un don de Dios y una opción
libre y personal del hombre, que incide en su vida creciendo al ritmo
del propio crecimiento.
Nacer a la fe.
Por medio del bautismo se nace a la fe cristiana. El
bautismo no representa un punto de llegada sino un punto de partida: la
fe no es algo estático, sino algo dinámico que crece al ritmo de la
persona. Así como el hombre tiene una dimensión personal y otra
comunitaria, también la fe tiene una doble dimensión: personal y
comunitaria.
Durante
la infancia, la dimensión comunitaria es mucho mayor que la dimensión
personal o individual; el niño vive identificado con su familia, vive de
ella y de ella depende en su modo de ser, de hablar, de comportarse. En
un principio, la fe solo puede vivirse por participación en la fe de
los padres. A medida que aumenta la dimensión personal o individual, es
decir, a medida que el niño se hace más autónomo, la fe necesita
adaptarse a este crecimiento, hacerse más personal y más autónoma: se
debe pasar de una fe heredada a una fe responsable. No se trata de tener
fe, sino de ser creyente; y solo se puede ser creyente en la medida en
que se es.
Crecer en la fe.
El
paso de la infancia a la juventud suele ir acompañado de una crisis de
fe. Durante la infancia suelen aceptarse de buen grado las verdades de
fe y las prácticas religiosas, sin resistencia pero de una manera poco
personal, ya que el niño aún carece de criterio propio.
Esta
situación cambia con la adolescencia: desaparece la antigua seguridad
de la infancia pero aún no se logra la del adulto. Lo que antes era una
verdad incuestionable ahora se convierte en un interrogante, y lo que
era una práctica familiar ahora pierde su sentido. ¿Qué ha pasado? Esta
crisis de fe se inscribe dentro de la crisis general por la que
atraviesa el joven; este necesita adaptar su fe infantil a las nuevas
exigencias de su edad.
Una exigencia es enraizar la fe en la convicción personal. El
joven necesita razonar su fe. Aquí surge la primera dificultad: el
joven tiende a razonar buscando pruebas y argumentos que demuestren la
verdad de la fe. Pero la fe no se puede demostrar. Podemos y debemos dar
razón de la fe, pero no podemos demostrarla sin destruirla: buscar
pruebas para confiar es ya desconfiar.
El
joven pasa por una situación de búsqueda y saldrá airoso si no se cansa
de buscar. Los que no buscan quedan anclados en una fe infantil o en
una increencia igualmente infantil: aquellos se aferrarán a la fe de una
manera ingenua y obcecada; estos rechazarán la fe también de una manera
ingenua y obcecada.
Hacia la madurez en la fe.
Hay
quienes todavía conciben la fe como cosa de niños y de personas
inmaduras. Estos prejuicios contra la fe pueden tener su fundamento en
la existencia de creyentes inmaduros, que aún siguen atados a un
dogmatismo ingenuo, a un legalismo intolerante, a un ritualismo mágico.
Pero así como existen creyentes inmaduros, también existen no creyentes
que basan su increencia en los mismos motivo infantiles en los que
aquellos basan su fe ingenua e inmadura.
Quien
ha crecido en la fe no sentirá recortadas sus posibilidades ni se
sentirá atado a ningún tipo de dogmatismos. Al contrario, la fe será la
única posibilidad de abrirse hacia un mundo sin límites. La fe potencia
las posiblidades humanas, ensancha horizontes, favorece los valores,
facilita el desarrollo de las facultades y capacidades.
Para el cristiano, Jesucristo es el prototipo de creyente maduro. El
ha vivido todos los valores humanos hasta identificarse con ellos:
confianza, amor, verdad, justicia, libertad, paz. Jesucristo ha
realizado las aspiraciones y anhelos más profundos del hombre. La
madurez cristiana es la misma madurez humana vivida al estilo de Jesús
de Nazaret.
CREER EN EL DIOS DE JESÚS.
Una nueva imagen de Dios.
Para
Jesús, Dios constituye el fundamento de su vida. Pero, ¿cómo es el Dios
de Jesús? ¿A quién llama Jesús Dios? Indudablemente, el Dios de Jesús
es el Dios de Israel, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de
Moisés, de David y de los profetas.
Pero
en tiempos de Jesús, los representantes oficiales de la religión judía
encerraron a Dios en unas fórmulas, ritos y leyes que había que conocer y
cumplir al pie de la letra. Quienes así cumplían la ley estaban
justificados ante Dios, haciéndose merecedores e incluso acreedores de
sus premios y promesas. Los que no conocían la ley o la incumplían de
una manera pública y notoria, eran tachados de impíos y pecadores,
siendo apartados de la comunidad de los justos.
Jesús se rebela contra esa falsa imagen de Dios; un
Dios reducido a la ley, manipulable y monopolio de unos cuantos; un
Dios utilizado para el interés personal y partidista. Jesús conecta con
el Dios revelado en el Antiguo Testamento, iluminando lo que allí era
oscuro y clarificando, lo que parecía ambiguo. Sustituye la “ley de
Dios” por el “Dios del amor” que da sentido a la ley.
El Dios del amor.
Si Dios ha hecho al ser humano a su imagen y semejanza, entonces la única imagen legítima de Dios es el ser humano. ¿Y
cual es la experiencia que nos hace más humanos? Indudablemente, el
amor. El amor, si es verdadero, no manipula, no es posesivo ni
competitivo; deja que cada cual sea él mismo.
El amor desborda toda imagen y todo retrato, revelando el carácter misterioso
de cada persona, el carácter singular y original de cada ser humano. La
plenitud de cada individuo se mide por el amor que ha recibido y por el
que da.
El
amor nos sumerge en lo más hondo de la existencia, en la fuente misma
de la vida, en Dios, de quien procede todo amor: “El amor es de Dios, y
todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es amor”
(1 Jn 4,7-8).
Si
Dios es amor, no podemos imaginarlo como un Señor todopoderoso, a
semejanza de los poderosos de la Tierra, que se distancian de los
débiles. Si Dios es amor, podremos imaginarlo mejor como un padre o una
madre que quiere a todos sus hijos por igual, pero que siente más
ternura por los más débiles.
Jesús
se identificó plenamente con el Dios del amor; el amó a todos, incluso a
sus enemigos; sintió predilección por los pobres y marginados. Su vida
fue la viva imagen de Dios. Su poder no era el que ostentan los
poderosos de la Tierra, sino la ternura que despierta un niño nacido
entre pajas o la piedad que produce un inocente colgado de una cruz.
Dios Padre.
Jesús
habla de Dios, no como un pensador habla de un problema, sino como un
hijo habla de su padre. La imagen de padre da a Dios un sello más
familiar, haciéndolo más cercano. Jesús llama a Dios “Abba”, porque al
llamarlo así le viene al corazón todo el amor que ha recibido de Él. La
palabra “Abba” recoge el sentido de acogida, confianza, ternura, bondad,
que un niño siente hacia su padre y hacia su madre.
Pero el apelativo “padre” solo se puede aplicar a Dios simbólica y analógicamente. Como
símbolo, la palabra “padre” está tomada de nuestra realidad humana,
pero evoca otra realidad en virtud de su analogía: Dios no es un padre
junto a otros padres, sino el fundamento de toda paternidad. Bajo este
aspecto, la palabra “padre” aplicada a Dios engloba el sentido de la
maternidad y el de paternidad, trascendiendo a ambos.
El
símbolo de la paternidad-maternidad de Dios nos descubre otro aspecto
importante que caracteriza la relación del hombre con Dios: así como
nadie elige a su padre o a su madre, tampoco el ser humano elige a Dios,
sino que es Dios quien lo elige a él, aun cuando este no lo reconozca.
Dios no es un advenedizo o alguien accidentalmente encontrado: Dios es la fuente de nuestra existencia.
Pero
Dios no es un padre tiránico o un déspota que imponga su ley por la
fuerza; no es el padre terrible, objeto inconsciente de los terrores
infantiles; tampoco es el “Dios dulzón y paternalista” que realiza las
tareas que el hijo debe realizar por sí mismo. Dios no es el simple eco
de las experiencias humanas de la paternidad y de la maternidad. Bajo
este aspecto, la palabra “padre” aplicada a Dios debe ser depurada de
los posibles aspectos negativos que contenga.
El Dios de Jesús es el padre misericordioso que
con tanta sencillez se nos describe en la parábola del hijo pródigo (Lc
15,11-24), un padre que deja al hijo en liberta para marcharse, sin
espiarle ni ponerle trampas; un padre que sigue esperando al hijo y que,
cuando este retorna, lo ve venir ante de ser visto él mismo; un padre
que corre al encuentro del hijo, interrumpe su confesión de culpas, lo
acoge sin pedirle cuentas ni someterlo a prueba, sin condición ninguna;
un padre que celebra con una fiesta el retorno de su hijo.
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