EL FRUTO EN EL AGUA.
(CUENTO DE LA ISLA DE ZANZÍBAR)
Una mujer se acercó a la fuente: un pequeño y limpio espejo entre los árboles del bosque.
Mientras sumergía el ánfora para pozar el agua, descubrió en el agua un grueso fruto rosado, tan hermoso que parecía decir:
“¡Tómame!”.
Alargó el brazo para cogerlo, pero aquél desapareció, y apareció sólo cuando la mujer retiró la mano del agua.
Así por dos o tres veces.
Entonces
la mujer se puso a sacar agua para agotar la fuente. Trabajó mucho, sin
quitar la vista al fruto misterioso; pero cuando sacó toda el agua, se
dio cuenta de que el fruto ya no estaba.
Desilusionada por aquel encantamiento, estaba por marcharse, cuando oyó una voz entre los árboles (era un pájaro sabio):
“¿Por qué buscas abajo? El fruto está allá arriba…”
La
mujer levantó los ojos y, colgado a una rama sobre la fuente, descubrió
el fruto, del cual había visto en el agua sólo el reflejo.
¿No nos sucede un poco así a todos nosotros, cuando buscamos en tierra, o incluso en el pozo, aquel bien que está en lo alto?
PARÁBOLA SOBRE LA ROCA.
¿CUÁL HA SIDO LA GUERRA MÁS LARGA A CONSECUENCIA DE LA FE?
Sin lugar a dudas tenemos que referirnos a la Reconquista Española.
Ninguna otra disputa religiosa ha durado tanto como los 781 años que
median desde la batalla de la Janda hasta la entrega de Granada.
Calculando cuatro generaciones por siglo, estamos hablando de treinta y
una generaciones de combatientes, lo que supone todo un triste récord.
Claro está que ni la lucha fue ininterrumpida ni su único motivo fue la
religión.
Hubo largos períodos de paz, y también se produjo una cierta
compenetración entre ambas culturas y religiones. Al fin y al cabo,
después de tanto tiempo, tan españoles eran unos como otros. Es más, la
invasión de la Península supuso la entrada de material genético foráneo,
pues quienes entraron eran varones que terminaron uniéndose con mujeres
hispanas, y lo mismo hicieron sus hijos y sus nietos. Veinte
generaciones después, el aporte extranjero se había disuelto como una
gota de tinta en un barril de agua.
Pero no sucedió así con la religión: las cruces y las medias lunas no se
disolvieron en los estandartes, e hijos, padres y nietos continuaron
muriendo bajo ellas en ambos bandos.
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