A lo largo de los siglos han surgido todo tipo de historias sobre
objetos supuestamente encantados: cuadros, joyas, coches o muebles que
transportan con ellos una terrible maldición o que son capaces, incluso,
de cobrar vida.
De entre estos, los juguetes han configurado un grupo propio, especialmente en el caso de los muñecos embrujados.
Quizá el más famoso ha sido Robert the Doll, el cual perteneció a un niño llamado Roberto Otto, que vivía en la localidad de Key West, en Florida. Según se cuenta, 1n 1906 Robert recibió como regalo de su niñera africana un muñeco al que había hechizado con magia negra. Muy pronto, los padres del niño comenzaron a escucharle hablar y hasta le culparon de tirar algunos objetos al suelo.
Los vecinos aseguraban verle, en ocasiones, asomado a las ventanas, y los progenitores del chico, aterrados, decidieron abandonarlo en el desván. Cuando una nueva familia se mudó a la casa en 1974, encontraron el muñeco y decidieron dárselo a su hija, quien también comenzó a relatar cómo el juguete cobraba vida por la noche y se ensañaba con ella.
Relatos semejantes se han contado con otros muñecos con nombres propios, como Mandy, cuya propietaria canadiense lo abandonó después de escuchar cómo de su interior salían lloros de un bebé durante la noche; o Alice, de la que se dice que susurraba a los niños cuando la acercaban a sus orejas.
Quienes creen estas historias aseguran que algunos objetos son capaces de mantener la energía psíquica residual o la energía negativa de sus antiguos propietarios. Para sus detractores, en cambio, son simples cuentos sin fundamento que se han perpetuado, muchas veces, por motivos puramente económicos.
De entre estos, los juguetes han configurado un grupo propio, especialmente en el caso de los muñecos embrujados.
Quizá el más famoso ha sido Robert the Doll, el cual perteneció a un niño llamado Roberto Otto, que vivía en la localidad de Key West, en Florida. Según se cuenta, 1n 1906 Robert recibió como regalo de su niñera africana un muñeco al que había hechizado con magia negra. Muy pronto, los padres del niño comenzaron a escucharle hablar y hasta le culparon de tirar algunos objetos al suelo.
Los vecinos aseguraban verle, en ocasiones, asomado a las ventanas, y los progenitores del chico, aterrados, decidieron abandonarlo en el desván. Cuando una nueva familia se mudó a la casa en 1974, encontraron el muñeco y decidieron dárselo a su hija, quien también comenzó a relatar cómo el juguete cobraba vida por la noche y se ensañaba con ella.
Relatos semejantes se han contado con otros muñecos con nombres propios, como Mandy, cuya propietaria canadiense lo abandonó después de escuchar cómo de su interior salían lloros de un bebé durante la noche; o Alice, de la que se dice que susurraba a los niños cuando la acercaban a sus orejas.
Quienes creen estas historias aseguran que algunos objetos son capaces de mantener la energía psíquica residual o la energía negativa de sus antiguos propietarios. Para sus detractores, en cambio, son simples cuentos sin fundamento que se han perpetuado, muchas veces, por motivos puramente económicos.
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