Podemos empezar con algunos datos básicos. Que Jesús fue un personaje real de la historia judea del Siglo I es un tema que ya ha dejado de ponerse en cuestión, como sí se hacía en otro tiempo. Las fuentes posteriores de los diversos campos en confrontación -romanas, judías y cristianas- muestran que, desde todos los ángulos, se reconoce su vida y su muerte. El historiador romano Tácito, escribiendo en torno al año 117 d.C., expresa con toda claridad algunos hechos básicos en estado puro. Al hablar del enorme incendio que en el año 64 d.C. devastó Roma, Tácito dice:
Nerón se inventó unos culpables y ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias, llamaba el vulgo cristianos. El autor de este nombre, Cristo, fue mandado ejecutar con el último suplicio por el procurador Poncio Pilato durante el Imperio de Tiberio, y reprimida, por de pronto, la perniciosa superstición, irrumpió de nuevo no sólo por Judea, origen de este mal, sino por la urbe misma, a donde confluye y se celebra cuanto de atroz y vergonzoso hay por dondequiera (Anales 15.44).
Como muestra este texto, en tiempos de Tácito los cristianos se habían convertido en una realidad conocida en Roma; el autor no estaba impresionado ni tampoco a su favor. Tampoco le gustaban demasiado los judíos [Sobre la actitud de Tácito hacia los judíos, cf. Historias 5.5.]. Por consiguiente, no hay razones para pensar que hubiera manipulado en ciertos aspectos los hechos sobre los que informa. No obstante, aunque confirma los hechos básicos relativos a la muerte de Jesús bajo el poder de Pilato, apenas nos dice algo más, por lo que Jesús permanece como un enigma.
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