En
muchas religiones aparece, en un momento dado, una corriente dualista
que opone el cuerpo al espíritu y piensa que el segundo es superior al
primero. Cuando esa tendencia se hace mayoritaria, acaba por imponerse
una ley o dogma que obliga a quienes supuestamente están en contacto con
la divinidad a no mantener relaciones sexuales y vivir solteros para
siempre. Ocurrió en el hinduismo, el jainismo, el budismo...
En la
tradición cristiana, los sacerdotes del Antiguo Testamento y los de los
siglos posteriores a Cristo se casaban. El celibato sacerdotal fue
impuesto en el año 325 por el Concilio de Nicea. Después, el péndulo
alternó entre leyes permisivas y restrictivas.
La
Iglesia parecía más preocupada por las razones materiales a favor del
celibato (si no hay hijos legítimos, la herencia de los curas va a parar
a la institución).
A partir
del siglo XI, con Gregorio VII y el movimiento de Cluny, volvió la idea
de la soltería, pero apenas funcionaba en la práctica.
En el
siglo XIII, amparados por el Concilio de Letrán, la mitad de los
sacerdotes se casó. Desde el Concilio de Trento (siglo XVI), que
prohibió expresamente ordenar como curas a hombres casados, los
católicos se diferenciaron del resto, pues los popes orientales -salvo
los obispos- sí pueden contraer matrimonio, y la reforma protestante
rechazó el celibato.
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