
Quizás
no se eligió un buen momento para debatir asunto tan espinoso, porque
aquel día era martes y 13. El tiempo ha demostrado que la frase de Azaña
era consecuente con el contexto en el que se pronunció, porque la
sentencia tenía todo su sentido. Si el Congreso había aprobado que el
Estado no tuviera religión oficial, en ello iba implícito que España ya
no era, oficialmente, católica. Otra cosa es que muchos españoles lo
fueran, pero no España como nación.
Aunque
más que la implantación del laicismo, aquello fue la revolución. El
presidente del Gobierno, Niceto Alcalá Zamora, católico practicante,
amenazó con dimitir si se aprobaban en la Constitución asuntos como la
eliminación del presupuesto destinado al clero, la disolución de algunas
órdenes religiosas y la prohibición de que ejercieran la industria, el
comercio y la enseñanza. Manuel Azaña montó un revuelo tremendo con su
discurso de defensa de estas premisas. Hubo mucha bulla, los diputados
arreaban collejas a los de los escaños de más abajo y algunos tiraron de
su arma.
Al
final, las propuestas de Azaña fueron aprobadas por 178 votos a favor y
59 en contra, Niceto Alcalá Zamora cumplió su amenaza de dimitir, y
aquel discurso de Azaña y su frase “España ha dejado de ser católica”
pasaron a los anales del Congreso.
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