CAMPANADAS DE 1996
CAMPANADAS DE 2015.
Si
alguien no conoce el reloj de la Puerta del Sol es que es noruego. Ahí
colocado, en el kilómetro cero del país, con su péndulo de 3 metros y
con su bola bajando en el comienzo de cada día. Dando las horas,
imperecedero, desde hace más de ciento cuarenta años.
El 6 de
noviembre de 1866 su creador, el relojero leonés José Rodríguez Losada,
comenzó a montarlo ante el pasmo general de la concurrencia madrileña.
Era muy grande, muy bonito y había venido directo de Londres.
Y llegó de
Londres porque el relojero Losada, un liberal exiliado, lo construyó
allí para luego regalarlo a la reina Isabel II y al pueblo de Madrid. Se
decidió colocarlo en la sede del Ministerio de la Gobernación, lo cual
dio lugar a bastantes chuflas, porque al principio el reloj no
funcionaba con demasiada precisión y enseguida le sacaron coplillas.
Ésta tiene guasa:
Este reló tan fatal
que hay en la Puerta del Sol,
dijo un turco a un español,
¿por qué funciona tan mal?
Y el español con desparpajo
contestó cual perro viejo:
este reló es el espejo,
del gobierno que hay debajo.
Dicen
los expertos que la maquinaria es una maravilla. Cualquiera de sus
piezas se puede cambiar sin tener que desmontar el reloj, y tiene
sonería, no sólo de horas, sino de cuartos, lo cual es muy raro pero
también muy divertido el día de Nochebuena. El rejol de la Puerta del
Sol lleva sonando así casi siglo y medio, y todavía muchos se hacen un
lío con los cuartos, las uvas y las campanadas.
Es también uno
de los más precisos del mundo, porque sólo se retrasa cuatro segundos
al mes, y esto no lo pueden decir todos los relojes. Pero sepan una
cosa: en Nochevieja, el reloj de la Puerta del Sol tiene truco. Todos
los finales de año se manipula la maquinaria para que el ritmo de las
doce campanadas sea más lento y dé tiempo a comerse las uvas, truco este
que no se empleó en la Nochevieja de 1996 por un fallo de comunicación
entre técnicos, con lo cual media España acabó atragantada porque fue
imposible comerse las uvas a tal velocidad. Es trampa, sí, pero una
trampa bienintencionada.
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