Desgraciadamente el estado de pobreza extrema en que viven
demasiados humanos empuja a muchos a buscar un techo junto a los
muertos. Y es que la vivienda, lejos de su definición en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, es un lujo también en los países en
vías de desarrollo.
El amparo de las construcciones más o menos sólidas de los
cementerios públicos es buscado en El Cairo, donde su ya célebre Ciudad
de los Muertos es parada turística. Se trata de una vasta extensión de
tumbas en pleno centro de la capital egipcia, donde han desarrollado un
insólito modo de existencia más de dos millones de personas. Y se
sienten afortunadas porque allí viven mejor que en la calle.
Es lo mismo que les ocurre a los miles de habitantes del
cementerio de Navotas, en Manila, donde también se ha establecido un
mundo propio en el que no faltan tiendas y otros servicios. Tan
apreciado se ha vuelto que hay que pagar por levantar la chabola entre
las tumbas. Algo que no se pueden permitir los más pobres, que se
instalan sobre las frágiles paredes de los nichos. Vida sobre la muerte,
y risas y juegos de niños a pesar de todo. O también devoción cuando
estos habitantes son vocacionales, como los aghoris, secta hindú de
hombres santos que viven en las necrópolis de Benarés, junto al muy
funeario río Ganges.
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